
En 1999, el gigante juguetero Bandai decidía probar suerte en el mercado de los videojuegos (ya lo había estado haciendo con pequeños juegos electrónicos como el Tamagotchi o los Digital Monsters -conocidos por aquí como Digimon-) con una consola portátil de 16 bits con la que pretendía arrebatar parte el monopolio de Nintendo y su exitosa Game Boy. La máquina no estaba nada mal: pantalla monocromo panorámica, 10 botones, hasta 40 horas de autonomía con una sola pila, procesador de 16 bits V30 MZ fabricado por NEC y un exquisito diseño al que se sumaba un peso muy ligero. Es extraño que Bandai, sin experiencia alguna en el mundo de las consolas, fuera capaz de fabricar un producto tan competitivo y original. La respuesta es que el aparato fue diseñado por nada más y nada menos que Gunpei Yokoi, el célebre creador de la Game Boy, después de ser despedido por Nintendo debido a su fracaso con el Virtual Boy. La operación no salió nada mal, puesto que gracias a su bajo precio de lanzamiento (6800 yen) y sus juegos basados en licencias famosas, la pequeña WS se hizo con casi un 10% del mercado en un año escaso. Todo hacía presagiar que su salto a Occidente no se haría esperar, pero algo falló, quedándose para siempre en el país del Sol Naciente, a pesar de ser una máquina capaz de robarle el corazón a todo el que la prueba.
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