Videojuegos: un cacho de cultura posmoderna
sólo dos amores: el amor a dios y a mi terminal; me logueo, luego existo
Tuve la suerte de criarme en un ambiente bastante liberal y permisivo: mis padres nunca tuvieron problemas a la hora de dejarme leer, jugar y consumir casi cualquier cosa que estuviera a mi alcance (he tenido amigos a los que les prohibían ver anime por ser considerado “satánico”, aunque como todos sabemos, las prohibiciones generan más consumo, mucho más cuando uno es niño y quiere ser un superhéroe-doctor-bombero-presidente-et al). También tuve la suerte de tener un hermano siete años mayor que yo, apasionado y amante de la informática. Esto me dio acceso desde temprana edad a las computadoras y consolas (algunos nacen con una pelota bajo el brazo, yo lo hice con una computadora), artefactos preciados de la era moderna que permiten nuevas formas de interactuar y pensar la realidad; pero, también, crean nuevos rituales paganos para alterar y hackear nuestra vida, nuestra cotidianeidad.
Cuando unos es chico, todo le parece más grande, más hermoso y mas fabulantástico. En esa época, recibimos estímulos de todos lados y crecemos minuto a minuto: nuestro organismo se prepara constantemente para llegar a la edad adulta y para eso hay un paso muy importante en la vida de todo niño moderno: la educación y la escolarización (dos cosas totalmente distintas). No voy a hablar de la escuela, cada uno tendrá sus experiencias personales, pero si voy a hablar de algo que siempre se le criticó (injustamente) a los videojuegos, y es su capacidad de ayudar en el proceso de aprendizaje de un niño (o, de al menos, un niño como yo). Hablemos, entonces, de cómo los videojuegos nos han ayudado a formarnos culturalmente.